sábado, 12 de enero de 2008

ANTIHISTORIA, JUSTICIA Y UNIVERSALISMO MORAL






Gonzalo Gamio Gehri



De entre todos los logros de la cultura moderna que han llegado a nosotros - incluyendo el desarrollo científico, la autonomía de los saberes, etc. - el universalismo moral me parece sin dudarlo el más importante. Hemos visto que esta idea es fruto de un trabajo largo (de grandes debates y cambios históricos), que no es ajeno a las reflexiones del propio mundo clásico (los estoicos y en cierta medida los trágicos) . Se trata de la concepción de la persona humana como un fin en sí mismo, sujeto de derechos inalienables que no pueden ser conculcados por institución ni autoridad alguna - puesto que la autoridad y las instituciones se justifican a partir del consentimiento racional de los individuos - ni pueden ser sacrificados en nombre de un "ideal superior" (la pureza cultural o religiosa, la pervivencia del status quo, etc.). El rechazo de la crueldad y la ética de la reducción del sufrimiento se derivan de esta clase de pensamiento sobre la praxis. No hay idea de "bien común" - por lo general "obra" de las "autoridades" contingentes - que pueda trascender los derechos y las libertades de las personas. Los individuos aman y sostienen la comunidad en la que viven en tanto ésta protege sus libertades y derechos y en tanto ellos pueden convertirse - a través de la acción política, palabra y participación cívica - en potenciales coautores de la ley y de las instituciones. Los grandes principios de las democracias modernas y la justicia global hunden sus raíces en el universalismo moral. Estas determinaciones prácticas constituyen el horizonte normativo que da sentido a las instituciones democráticas.

Hoy en La República tuve la oportunidad de leer el interesante artículo de un joven egresado de filosofía - Andrés Hildebrandt - que se enmarca bien en esta línea del universalismo que hemos evocado. Me ocuparé de los asuntos propiamente de los elementos conceptuales, prescindiendo un tanto de los elementos más personales del texto, pues se trata ante todo de examinar ideas. Se titula Cipriani y la eternidad, y es, como lo indica el título, un texto polémico. Comenta críticamente el juicio del Cardenal sobre la investigación que realiza una corte italiana sobre los presuntos compromisos de Morales Bermudez con el Plan Cóndor (hemos examinado sus declaraciones sobre el tema, junto con las del Presidente y el ministro de Defensa en un post anterior). Cipriani se refiere a los tribunales internacionales como una expresión de "dioses modernos y profanos". Una especie de 'nueva herejía' que desafía la juridicción de los Estados particulares. Extrañaría los tiempos en los que las "autoridades" civiles eran intocables y podían diseñar alguna imagen incuestionada de "bien común".

Hildebrandt muestra cómo esta lucha de la justicia contra el poder personificado aparece con fuerza en la literatura antigua:




"Este es uno de los significados más bellos y
profundos de la tragedia griega. La violación de las leyes de la polis es una
afrenta contra los dioses que siempre recibe castigo. Edipo ignora las
advertencias del oráculo y acusa injustamente a Creonte, pensando que eso lavará
la sangre derramada y detendrá la peste que arrasa Tebas. El final de la obra
revela que, por el contrario, el origen de todo el mal reside en el gobernante
que no somete su poder a ningún tipo de restricción.".



El autor muestra su extrañeza ante las circunstancias en las cuales una autoridad religiosa prefiere asumir el partido del antiguo mandatario antes de comprometerse con la justicia, al punto que se muestra contrario al sólo hecho que se investigue la responsabilidad del ex dictador respecto de la desaparición de los montoneros argentinos. Recuerda los vínculos del personaje en cuestión con el fujimorato, e incluso evoca el tema de las relaciones del papado de Pío XII y el régimen nazi. Es seguro que el tema de la acción de la Iglesia frente al Holocausto será nuevamente tema de discusión, dado que es altamente controversial. Una de las cosas importantes que el artículo de Hildebrandt destaca es que esta actitud contraria a la justicia no es cristiana. En absoluto. Si el cristianismo es una religión de amor y de encarnación, esta debe configurarse en modos de acción observantes de la dignidad de las personas, particularmente de aquellas que hayan sufrido (más allá de cuál sea su condición). Es en este sentido que el cristianismo constituye un credo secular: propone el ingreso del espíritu en lo temporal, en sus afanes y tensiones (al respecto véase mi artículo ¿Qué es la secularización?).

El teólogo católico J.B. Metz señala que una figura clave para comprender el cristianismo consiste en percibir su compromiso con lo que llama la antihistoria. La historia por lo general es relatada desde la perspectiva de los vencedores, los héroes (Carlyle) o es concebida desde categorías más abstractas: el desarrollo de los Estados (Hegel), el conflicto por el control de los modos de producción (Marx) o el anhelo de poder (Foucault). El cristianismo, en contraste con esas narraciones, sitúa el centro de gravedad de la historia en la memoria del sufrimiento y la búsqueda de justicia y paz (Shalom), con miras a la construcción del Reino. Sin esclarecimiento de la violencia y sin la acción de la justicia no hay reconciliación posible. Las "políticas de silencio" son inaceptables en esta perspectiva. Metz se remite al Evangelio, a la experiencia de las primeras comunidades cristianas, para proyectar este horizonte hacia la reflexión crítica en torno a situaciones contemporáneas de irracionalidad y violencia, como Auschwitz.
Hildebrandt señala que "es por lo menos paradójico que en esos tiempos profanos de muchas polis y dioses, la impunidad sea combatida con mucha más dureza que en la era de la Iglesia universal". En muchos casos, la "cristiandad" ha olvidado esta matriz de identificación con la víctima y de lucha por la memoria y la justicia. Con cierta frecuencia la Iglesia se ha apartado de esta misión humanizadora y solidaria. De hecho, contemplar el espectáculo de un pastor que incluso se opone a las investigaciones judiciales que podrían echar luces sobre casos de secuestro y desaparición forzada nos llevan a preguntarnos dónde ha quedado la prédica fundamental de un Dios que quiere la vida. Una jerarquía que rechaza el anhelo de verdad y la protección de los Derechos básicos está claudicando peligrosamente frente al mensaje que le da sentido como tal. Curiosamente, esos presuntos "idolos profanos" están más cerca de la preocupación por el Reino que los alegatos tribales al silencio y la impunidad.
Lamentablemente, este rechazo del humanitarismo "por razones religiosas" no es extraño en nuestro tiempo y en los espacios en los que actuamos y nos comunicamos. Diríase que la obseción tradicionalista por la corrección ritual y la "pureza doctrinal" está primando sobre la sustancia del cristianismo: esto es particularmente penoso en el caso de una confesión para la que Dios solicita no sacrificios, sino misericordia. No olvidemos que Jesús no estaba particularmente preocupado por el cumplimiento de las formalidades rituales (por ejemplo, en la observancia del Sábado) y por la ortodóxia doctrinal: esa era la obsesión de los fariseos. En el clima de confrontaciones dialécticas y excesos verbales que a veces se suscitan en la blogósfera - y yo no he sido totalmente ajeno a ellos, a mi pesar - he notado que muchas veces se identifica erróneamente el cristianismo con cierta espiritualidad medievalizada, de espadas y cruces encendidas en lugar de redes e instrumentos de carpintería. Las letras góticas y sellos de cera han sustituido las prácticas sencillas del cristianismo originario. En la mente de muchos cristianos - influidos por el sector conservador de la Iglesia, hoy dominante -, la disciplina marcial y sumisión irreflexiva ante la autoridad ha tomado el lugar de crítica profética. No obstante, ese no es el ethos del Evangelio.
Si lo que he estado señalando es correcto, entonces las interpelaciones al poder provenientes de la justicia internacional no son manifestaciones de meros "dioses modernos y profanos"; se trata de formas de acción que - de ser concebidas seriamente - no son extrañas a la tradición judeo-cristiana del esclarecimiento de la memoria y la acción de la justicia. Esta lucha ético-espiritual en nombre de la dignidad y la paz puede llevarnos a confrontar los puntos de vista de quienes asumen posiciones de poder y autoridad en las instituciones que habitamos, incluidas las religiosas; ello no debe amilanar a las personas que están dispuestas a cuestionar (como ciudadanos o como creyentes) estas posturas claramente inconsistentes, que desvirtuan el compromiso originario con el otro y con la justicia. A veces, eso es lo que toca. Al fin y al cabo, la perseverancia en tales principios y el ejercicio de la crítica son promovidos tanto por el Evangelio como por la Ilustración - y, a su manera, por el ethos clásico -, las fuentes de este universalismo moral. En cambio, la disposición a guardar silencio, mirar a otro lado y "dejar las cosas como están" en abierta condescendencia con los poderosos (bloqueando incluso las investigaciones) conspiraría contra ese espíritu. La invitación conservadora al abandono de las "cosas del mundo" - señaladas como finitas o contingentes - en favor del cuidado de las "cuestiones eternas" constituiría una penosa actitud evasiva respecto de las propias exigencias de la justicia planteadas por el Evangelio y la Iglesia, centradas en la acción en el mundo temporal. Tal invitación contravendría una religión fundada en la encarnación y en el amor. El propio Hildebrandt lo dice con claridad meridiana (y con singular contundencia):

"Porque desde la perspectiva de la Eternidad,
donde reinan inmaculados la geometría y el orden, los déspotas y asesinos se
confunden con "señores" y se olvidan los sacrificios y vejaciones que sufrieron
los verdaderos líderes de la Iglesia."

Estas reflexiones de Hildebrandt ponen sobre el tapete (nuevamente) el debate de las últimas semanas sobre la dignidad y los griegos. De hecho, su descripción del caso de Edipo Rey me da la razón. Hoy la discusión está derivando - un poco artificialmente - hacia el tema de la "naturaleza" y las circunstancias empíricas del Estado de excepción. Por desgracia, solemos ocuparnos más de examinar las condiciones en que la vigencia de este universalismo - expresado, por ejemplo, en el sistema de Derechos Fundamentales - puede - hipotéticamente - suspenderse que a discutir las formas en que podemos señalar su plausibilidad o promover políticas que concreten la posibilidad de su ejercicio.

5 comentarios:

n dijo...

Profesor Gonzalo, la lectura que ust. hace del cristianismo como ust. lo ha dicho antes se inserta en un esquema liberal. Usted mismo lo dijo en un commment poniedo el ejemplo de Lord Ancton. Por que esa lectura debe ser la que se aproxime mas al Reino como usted senhala en su post? No le parece un poco soberbio decir eso?
Mallory

Gonzalo Gamio dijo...

Es obvio que no he dicho eso ni es eso lo que he querido decir. Lo que he señalado es que lo que contribuye a la construcción del Reino es la práctica del ágape y la observancia de la justicia...la acción en lo temporal. Lo que nos aleja del Reino es la mera preocupación - farisaica - por lo formal, y claro, estyos eventuales gestos de cierta jerarquía en favor del silencio y la impunidad.

Lo que contribuye a la construcción del Reino no son las interpretaciones, sino los actos y los compromisos prácticos con la fe, la esperanza, justicia y el amor.

Saludos,
Gonzalo.

n dijo...

Hola, cuales son los gestos de jerarquia que favorecen a la injusticia? Porque el orden y la jerarquia contribuirian per se a la injusticia? Y como se relaciona esto con las declaraciones de Cipriani?

PD: Solo aclarar que el fin de mis preguntas y comentarios no son de ninguna manera establecer polemica con usted. Lo considero con mucha mas experiencia y conocimiento que yo en variedad de temas, por lo que no quisiera que se piense de manera distinta. Solo quiero aprender :)
Saludos,
Mallory.

Anónimo dijo...

Prof. Gamio, disculpe que escape del tema central del post. Sin embargo, qué me puede usted anotar sobre este movimiento de creciente influencia en la Iglesia Católica, el Sodalicio de Vida Cristiana.

Si ya ha escrito algo al respecto, hágame conocer el link.

Muchas gracias.

Gonzalo Gamio dijo...

Mallory:

Encantado de responder. La jerarquía en sí misma no me parece negativa - aunque me gustaría una Iglesia más comunitaria y simétrica, como en los primeros tiempos -, sino algunas situaciones puntuales (responsabilidad de personas específicas, como Cipriani), que en lugar de promover la fe y la justicia - como plantea el Evangelio - asumen a priori la defensa de los poderosos. No me parece una actitud ejemplar, ni realmente cristiana.

Rodrigo:

Gracias por tu mensaje. Bienvenido a mi blog. Prefiero escribir situaciones puntuales antes que juzgar a comunidades enteras. Es notorio que mi modo de pensar es COMPLETAMENTE diferente del que asume el grupo que señalas, pero prefiero escribir sobre ideas específicas.

Saludos,
Gonzalo.