miércoles, 25 de noviembre de 2009

ISAIAH BERLIN Y LA CUESTIÓN LIBERAL



Gonzalo Gamio Gehri


Isaiah Berlin es – qué duda cabe – uno de los pensadores liberales más importantes de la historia contemporánea de las ideas. Ofreció una lectura hermenéutica - no contractualista ni economicista - del liberalismo, poniendo énfasis en sus fuentes morales y políticas originarias, de inspiración pluralista. Allanó el camino, en ese sentido, a pensadores como Judith Shklar y Michael Walzer, que siguieron esa dirección. Es una lástima que la comunidad filosófica hispanoamericana no haya dedicado aún parte de sus esfuerzos a discutir las obras de este notable académico inglés de origen ruso, más allá de algunas lecturas del ya clásico ensayo Dos conceptos de libertad.

Quisiera comentar brevemente – valiéndome del formato no monográfico propio de los blogs – algunas reflexiones de Berlin presentes en la carta a George Kennan, fechada el 13 de febrero de 1951. Voy a centrarme en el asunto principal, dejando para otra ocasión un análisis detenido de las alusiones del autor a los filósofos de la moral y de la historia, que nutren el texto. Mi interés principal es abordar directamente el tema de lo moralmente inaceptable, la corrosión deliberada de la capacidad humana de elección con fines de control. Esa es, a juicio de Berlin, una cuestión liberal de singular importancia, acaso la cuestión liberal por excelencia.

Berlin sostiene que el punto de partida de la ética moderna es la descripción del ser humano como un fin en sí mismo, depositario de dignidad y capaz de producir y examinar principios de acción.

“`(La idea) parece querer significar esto: que se presupone que todo ser humano posee la capacidad de elegir lo que quiere hacer y ser, al margen de lo estrechos que sean los límites dentro de los cuales puede elegir, y al margen de lo apurado que esté por circunstancias que escapan a su control”[1].

La consideración sensata – y la aplicación - de distinciones cualitativas respecto de las prácticas y las relaciones humanas implica el reconocimiento de la condición de agente de los seres humanos, criaturas libres que pueden responder por sí mismos y rendir cuentas de sus actos. Eso, advierte Berlin, “es lo único que hace noble a la nobleza y hace sacrificado el sacrificio”[2]. El autor hace suya la declaración de Iván Karamazov según la cual ningún paraíso de felicidad humana puede justificar la eliminación de la capacidad de agencia, la tortura del inocente o la sumisión de la voluntad: “se ha puesto un precio demasiado alto a la armonía. No nos podemos permitir pagar un precio tan alto para entrar en ella. Devuelvo mi entrada[3]. Pienso en el horror nazi en nombre de la presunta “dicha futura de la mayoría”, la idea reaccionaria de un Estado confesional basado en la promesa de la salvación por la “vera doctrina”, o la invitación comunista a pagar una “cuota de sangre” para lograr la utopía de una sociedad sin clases. En todos estos casos, se trata de subordinar de manera absoluta el libre discernimiento a la idea de ‘felicidad’ sobre la base de un supuesto conocimiento de la esencia del “hombre nuevo”, del curso necesario de la historia o del orden natural de las cosas. En todos estos casos, se trata de convertir al ser humano en un mero instrumento de proyectos “superiores” o “trascendentes”. Proyectos en los que se pasa – en nombre de la Realidad – por sobre la libertad de las personas, porque “el que obedece no se equivoca”. Lo que repele en estos casos, sostiene Berlin, no es sólo la crueldad, sino la disposición a aniquilar el pensamiento de las víctimas.

“Lo que nos revuelve, lo que es indescriptible, es el espectáculo de un grupo de personas que se inmiscuyen tanto y se “meten tanto” con los demás, que los demás acaban haciendo su voluntad sin saber lo que están haciendo; y al hacer esto pierden su condición de seres humanos libres, y de hecho, su condición de seres humanos” [4].

Este argumento precisamente llevó a Berlin a asumir posiciones liberales, y a hacer de los autores reaccionarios y románticos (incluido el propio Marx) un objeto de investigación histórico-filosófica. La suscripción del ideario liberal llevó a Berlin y a sus discípulos a enfrentarse a espíritus paleoconservadores, que encontraban (y encuentran, pues todavía existen ideólogos de esta 'línea' por estos lares) en la valoración de la deliberación y la elección individuales una suerte de peligrosa invitación al "nihilismo" (¿?). No pocos enemigos de la modernidad consideran que la democracia es el "gobierno de los inútiles". Se trata muchas veces de agitación y propaganda retro y expreso patetismo antes que de genuina filosofía. El liberalismo – se objetará – constituye también una perspectiva sobre el hombre y su vida, en torno a la cual se tejen instituciones, normas, y formas y mecanismos de adhesión y obediencia legal y política. Evidentemente se trata de un tejido real, pero el pensamiento liberal promueve la práctica de una actitud falibilista, que vindica el examen crítico de las propias tradiciones e instituciones, y deja un terreno más o menos extenso para el discernimiento y la elección en materia del propio credo y el diseño de los planes de vida (por eso valora tanto la pregunta "Cuánto gobierno tiene que haber?"[5]). El énfasis liberal en el ámbito público (relativo a la estructura básica de la sociedad y al sistema de derechos) convierte a este punto de vista – al menos en mayor medida que las teorías competidoras – en una concepción de la justicia convergente con el cultivo de la diversidad ética y religiosa.

Las democracias liberales, en contraste con sus rivales, aspiran a constituir esquemas sociales que por lo general se concentran más en el cuidado de la justicia y la libertad que en la felicidad (recordemos las consideraciones de Berlin sobre el carácter heterogéneo y conflictivo de los valores) . Y esto porque en el seno de sus instituciones se asume que cada individuo puede formarse – a partir de la interacción y el debate en las asociaciones a las que pertenece o elige pertenecer – una imagen razonable y abierta de la plenitud humana que merece la pena buscar, sin necesidad de imponerla al vecino, desde el gobierno o por la fuerza. Sin esa capacidad básica de elección, arguye Berlin, “no podrán ser felices o infelices en ningún sentido en el que valga la pena una condición u otra”[6].



[1] Berlin, Isaiah "Carta a George Kennan" en: Sobre la libertad Madrid, Alianza 2008 p. 378.

[2] Ibid.

[3] Los hermanos Karamazov Libro V, capítulo IV.

[4] Berlin, Isaiah Sobre la libertad Madrid, op.cit. p. 380.

[5] Berlin, Isaiah "Libertad" en Sobre la libertad Madrid, op.cit. p. 322.

[6] Berlin, Isaiah "Carta a George Kennan" op.cit.. 383.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gonzalo,

Efectivamente parece muy interesante el pensamiento de Berlin. ¿Sabes si hay alguien en Lima conozca bien su pensamiento? Me gustaría conocerlo mejor (y tomando en cuenta mi edad recién estoy en una etapa de formación, necesito conocer gente que me pueda guiar).

Saludos,

Orestes

Gonzalo Gamio dijo...

Orestes,

No creo que necesites una guía especial para leer a Berlin, cuyo estilo es bastante claro y directo. No creo que te de problema alguno.

Saludos,
Gonzalo.