viernes, 22 de agosto de 2014

JUSTICIA, PROFECÍA E HISTORIA*





Gonzalo Gamio Gehri

Esta nueva mirada sobre la historia y los asuntos humanos entraña una nueva actitud vital, y también un nuevo lenguaje ético. Se trata de reconocer y denunciar la injusticia allí donde tiene lugar, y distinguirla claramente de la mera fatalidad[1]. Implica asumir el reto de enfrentar en el espacio público a quienes detentan el poder y se ven cuestionados al ser señalados como responsables de abusos. El señalamiento de la injusticia incluso puede ser incómodo para un amplio sector de la comunidad que se siente a gusto con el proceder autoritario de sus líderes, o está dispuesto a ceder libertades y derechos a cambio de “eficacia” en el tratamiento de ciertos problemas sociales. El mensaje del profeta va a contracorriente respecto de diversas formas de comportamiento y opinión. Esta nueva forma de vivir y de pensar la vida exige el ejercicio de la parrhesía.

La parrhesía consiste en la disposición a hablar con libertad y con verdad en una situación adversa. Está presente en el mensaje de los profetas, y en la prédica de Jesús. La invocación a construir el Reino supuso el concurso de la libre decisión de los convocados por ella. El Reino de Dios se edificará – sostenía - sobre la base de la participación de los más pequeños y humildes, los “insignificantes” de la historia.

“¿No han leído cierta Escritura? Dice así: la piedra que los constructores
desecharon llegó a ser la piedra principal del edificio: esa fue la obra del
Señor y nos dejo maravillados” (Mateo 21, 42).

Esta clase de discurso contraviene expresamente el juicio de las “élites” en todos los ámbitos de la vida social. A menudo es enunciado en condiciones de riesgo. Consideremos el interrogatorio de Jesús ante Pilatos que conduce al célebre incidente sobre la verdad. En medio de este intercambio de palabras – de esta sucesión de preguntas y respuestas – está la discusión sobre la condición de Jesús, si es o no aquel a quienes los judíos esperaban, el Hijo del hombre, pero también en este diálogo se examina de alguna manera el sentido de la misión profética. Pilatos está preocupado por saber si la prédica de Jesús sobre el advenimiento del Reino cuestiona o no a la autoridad romana. Le preocupan menos las severas críticas que el Nazareno ha dirigido a la clase sacerdotal del pueblo de  Israel; no le interesa intervenir en las disputas religiosas de una pequeña localidad sometida al yugo imperial. Pero sí puede percibir que la transformación de la vida a la que apela Jesús alcanza diversas facetas de la existencia de la propia comunidad.

Efectivamente, el cambio de actitud (metánoia) que postula Jesús al anunciar el Reino implica una transformación (metá) del modo de pensar y sentir (noús) que abarca la totalidad de la vida. Cuando sostiene que su Reino “no es de este mundo”, no se refiere a que se trata de aspirar al logro de un mundo exclusivamente ultraterreno; indica que la lógica del Reino no responde al sistema de opresión y exclusión instalado en el mundo social imperante. El esfuerzo por el Reino supone el cuidado de la justicia y del ágape. La atención a los más débiles y vulnerables. Cuando el gobernante romano pregunta “¿Qué es la verdad?” no es de extrañar la respuesta de Jesús: el silencio. Ese silencio revela que la verdad no es una doctrina – metafísica, política, religiosa – que aspire a cristalizarse en una “ortodoxia” que genere complejos rituales y jerarquías sociales de diverso cuño. Se trata de una forma de vida, un modo de estar en el mundo y de cultivar de manera fecunda las relaciones interhumanas. Aún en un momento de particular indefensión y sujeción, Jesús pone de manifiesto la verdad como un acontecimiento, como encarnación de un modo de  vida en el mundo histórico - social.







Este post pertenece a un escrito más extenso sobre el espíritu profético y la ética de los derechos humanos.
[1]Cfr. Shklar, Judith N. The faces of  injustice New Haven  and London, Yale University Press 1988.

sábado, 16 de agosto de 2014

UNA ÉTICA DE LA REMEMORACIÓN Y DE LA JUSTICIA*





Gonzalo Gamio Gehri


Aunque la profecía constituye una práctica que posee una fuente religiosa, su cuidado no requiere - como una condición ‘esencial’ - la suscripción formal con una creencia religiosa, quien ejercita esta forma de pensar y de actuar “no necesita un compromiso cognitivo con Dios”, para usar la aguda expresión de Cornel West[1]. El espíritu profético exige un firme sentido de injusticia así como una renovada fe en la posibilidad de la justicia como clave para el logro de racionalidad y armonía en el ámbito de los asuntos humanos. Enfrentar lo catastrófico en la historia – el sufrimiento del inocente – y actuar en el mundo para producir relaciones sociales justas. Esta es una tarea que convoca por igual a personas que se adhieren a alguna clase de credo religioso como a aquellas que cultivan una mentalidad estrictamente secular cuando se trata de lidiar con los conflictos humanos.

Este es el caso de la obra de Primo Levi, Si esto es un hombre. Químico de formación, judío italiano por su origen, ateo por propia convicción, Levi es confinado al campo de concentración de Auschwitz en marzo de 1944. Su libro constituye un testimonio excepcional de lo que significa padecer injusticia y humillación en un campo de exterminio. Frente a ello, el protagonista – y otros como él – se comprometen a luchar por preservar la condición humana a toda costa. Si esto es un hombre manifiesta el desesperado propósito de unos cuantos individuos de aferrarse al valor de la dignidad personal, en contra de un sistema cruel y perverso que pretende degradar la vida de los internos  del Lager al estatus de meros objetos animados.  

“En la práctica cotidiana de los campos de exterminación se realizan el odio y el desprecio difundido por la propaganda nazi. Aquí no estaba presente sólo la muerte sino una multitud de detalles maniacos y simbólicos, tendientes todos a demostrar y confirmar que los judíos, y los gitanos, y los eslavos, son ganado, desecho, inmundicia. Recordad el tatuaje de Auschwitz, que imponía a los hombres la marca que se usa para los bovinos, el viaje en vagones de ganado, jamás abiertos, para obligar así a los deportados (¡hombres, mujeres y niños!) a yacer días y días en su propia suciedad; el número de matrícula que sustituye al nombre, la falta de cucharas (y, sin embargo, los almacenas de Auschwitz contenían, en el momento de la liberación, toneladas de ellas), por lo que los prisioneros habrían de lamer la sopa como perros; el inicuo aprovechamiento de los cadáveres, tratados como cualquier materia prima anónima, de la que se extraía el oro de los dientes, los cabellos como materia textil, las cenizas como fertilizante agrícola; los hombres y las mujeres degradados al nivel de conejillos de indias para, antes de suprimirlos, experimentar medicamentos”[2].

Esta es una reflexión dolorosa que pone de manifiesto enseguida el potencial catastrófico de la historia, así como la necesidad de hacer frente a esta trágica realidad desde el tipo de de lucidez en el juicio práctico que brinda el sentido de injusticia. Por décadas, Auschwitz ha representado en occidente el paradigma del “horror absoluto”, la vivencia desde la cual percibimos y discutimos las atrocidades que se han cometido contra la condición humana en los siglos XX y XXI en medio oriente en los Balcanes o en Sudamérica[3]. Primo Levi insiste en que dar a conocer ante la opinión pública estas terribles experiencias constituye un deber moral, para evitar que este tipo de situaciones se repita en el futuro. No es el único ciudadano y escritor que consagró su vida a concretar esta tarea. Combatir la discriminación y la intolerancia, erradicar las causas que llevan a la comisión de crímenes de odio requiere de una ética de la rememoración. Compartir esta clase de testimonios en el espacio público – hacer memoria – permite la construcción de un sistema legal y político que reforme mentalidades y transforme instituciones a partir de la defensa de los derechos y las libertades de los individuos, más allá de su origen, credo y modo de vivir.

La idea que subyace a la ética de la rememoración es la del respeto básico al valor intrínseco de la vida y de la integridad humanas, presente en el precepto  “No matarás”. Esta es la piedra angular de la cultura de los derechos humanos. Se trata también de una actitud frente a la violencia (directa, estructural y simbólica) que fractura y anula la convivencia humana. Judith Butler ha señalado con razón que el hecho de cohabitar el mundo de cierto modo (individuos y pueblos) no es fruto de la elección humana, nos viene dado de antemano. A la luz de este hecho reconocemos nuestra responsabilidad moral y política frente a la preservación de la existencia y de la pluralidad de la que nuestro prójimo participa. “Cohabitar”, sostiene, “es algo anterior a cualquier comunidad posible, a cualquier nación o vecindad. Podemos escoger dónde vivir y con quién, pero no podemos escoger con quién cohabitar la tierra”[4].

El mensaje profético destaca una manera radical de concebir el sentido de los vínculos humanos. El otro es el “próximo”, aquel que se re-vela en la dinámica de la comunicación y la interacción del día a día. Aquel al que le toca habitar el mundo junto a mí. En Bagua, en Vuetnam, en Gaza o en Irak. En dinde fuere.  El otro se manifiesta como tal en el encuentro interpersonal. Bloquear deliberadamente esa manifestación es violencia. Quien pretende elegir con quién “cohabitar la tierra”, indicando quienes son “prescindibles”, excluyendo a otras personas en razón de su origen, condición social, cultura, apariencia, género o sexualidad, está segando diversas formas de ser humano y de vivir una vida con sentkido. La profecía señala con perspicacia y entereza moral el daño producido en esas circunstancias como injusto de suyo. Ella establece con firmeza un límite para toda forma de acción.  Hace explícito el carácter universal y no negociable de la dignidad de cada individuo.






* Este post pertenece a un escrito más extenso sobre el espíritu profético y la ética de los derechos humanos.
]1] West, Cornel  “Religión profética y futuro de la sociedad capitalista” en. Habermas, Jurgen y otros El poder de la religión en la esfera pública Madrid, Trotta p. 90.
[2] Levi, Primo Si esto es un hombre Barcelona, Nuchnik Editores 2002 p. 109.
[3] Cfr. Todorov, Tzvetan Los abusos de la memoria Barcelona, Paidós 2000 pp. 39 -40.
[4] Butler, Judith ¿El judaísmo es sionismo?” en: Habermas, Jurgen y otros El poder de la religión en la esfera pública op.cit.,  p. 81.


miércoles, 13 de agosto de 2014

EL LEGADO DE HENRY PEASE



 



Gonzalo Gamio Gehri


Ha fallecido Henry Pease García, ex presidente del Congreso de la República y notable académico peruano. No tuve la fortuna de ser su alumno, pero seguí su trayectoria de cerca a través de sus libros, sus artículos y sus intervenciones en la vida pública en diferentes momentos de su vida  como parlamentario, como teniente alcalde de Lima y como estudioso de la política. En el último año dicté clase en la maestría de Ciencia Política y Gobierno, maestría con cuya dirección el Dr. Pease estaba profundamente comprometido. Político íntegro e intelectual lúcido, la suya fue una vida volcada al cuidado de la política democrática y a la producción de saber científico.

Resulta triste que la política peruana pierda a uno de sus más importantes exponentes. Su trabajo en años recientes sobre la reforma del Estado peruano, su dedicación a la función pública y su permanente preocupación por el futuro del pensamiento progresista en el Perú constituyen claros ejemplos de su vocación por contribuir a acercar a nuestro país al ideal de una sociedad democrática, con instituciones sólidas y claros criterios de justicia como ejes básicos de la vida social y política. La claridad y la contundencia de sus palabras  cuando se trataba de defender el Estado de Derecho se echarán de menos entre nosotros. Recuerdo con nitidez su manera de enfrentarse a los abusos que se cometieron contra el régimen de Fujimori, y también viene a mi memoria un persuasivo y encendido discurso suyo, pronunciado hace unos pocos años, en defensa de la PUCP y de su autonomía. Nos conmovió a todos por la manera en que podía articularse la pasión y la solidez de los argumentos. Era un intelectual y un político que no dudaba en apelar a los principios más universales – los derechos humanos, la libertad de pensamiento, el respeto por la diversidad – para  mostrar la sensatez y los alcances prácticos de las convicciones democráticas cruciales. Consideraba necesario establecer un consenso fundamental en torno a los cimientos éticos y legales de una sociedad justa antes que detenerse en los debates propiamente ideológicos, de naturaleza particular. “No hay democracia sin deliberación”, aseveraba en una exposición en la Universidad sobre La tolerancia en la democracia, a finesde 2011. Añadía luego que "no existe ciudadanía en condiciones de extrema pobreza", enlazando de este modo la preocupación por la justicia social y la vindicación de la agencia política como columnas de una genuina democracia.

Se ha ido un ser humano excelente. Un maestro.  Las personas que lo conocían de manera cercana y sus antiguos alumnos podrán decirlo mejor que yo. Yo lo conocí como un extraordinario académico y como un político ejemplar, fiel a convicciones profundas sobre el rol de los ciudadanos en la sociedad. Me queda la tristeza de no haber podido conversar más con él, de no haber tenido oportunidad de conocerlo más en los espacios académicos que tenemos en común,. No obstante, su legado intelectual y su ejemplo constituyen una fuente de inspiración de un incalculable valor; su legado sin duda enriquecerá el pensamiento y la vida de muchas generaciones de ciudadanos y científicos sociales.  

jueves, 7 de agosto de 2014

EL ESPÍRITU PROFÉTICO: INTERPRETAR LA HISTORIA DESDE SU REVERSO






Gonzalo Gamio Gehri[1]

La tradición judeocristiana ha legado a la humanidad un conjunto de poderosas e inspiradoras reflexiones sobre la justicia y la atención a los débiles, presente en los libros proféticos. Los antiguos profetas alzaron su voz contra la idolatría del poder y de la riqueza, así como denunciaron con claridad las prácticas crueles perpetradas tanto por personas comunes como por autoridades del pueblo de Israel. Señalaban que la violencia y la exclusión  socialconstituyen prácticas que Dios y su justicia repudian. Usaban con frecuencia un lenguaje directo para denunciar los actos injustos que minaban las bases mismas de la comunidad.


“Ustedes odian al que defiende lo justo en el tribunal y aborrecen a todo el que dice la verdad. Pues bien, ya que ustedes han pisoteado al pobre, exigiéndole una parte de su cosecha, esas casas de piedras canteadas que edifican no las van a ocupar,  y de esas cepas escogidas que ahora plantan no probarán el vino. Pues yo sé que son muchos sus crímenes y enormes sus pecados, opresores de la gente buena, que exigen dinero anticipado y hacen perder su juicio al pobre en los tribunales” (Amós 5, 10 -12).


Los profetas defienden la equidad y la compasión como virtudes fundamentales que preservan la armonía en las relaciones humanas sustanciales y promueven la salud de la comunidad política. No temieron confrontar a quienes detentaban el poder en aquellos tiempos, pues confiaban en que la justicia estaba de su lado. Eran a la vez críticos sociales y personas de fe. Esta actitud ha pervivido en quienes – inspirados por el mensaje bíblico, actuando tanto en contextos religiosos como seculares – han centrado su propia reflexión y su compromiso social y político con la causa de los más débiles y en el rechazo irrestricto de la violencia en todas sus formas.

Walter Benjamin ha señalado que un rasgo distintivo del espíritu profético consiste en percibir el aspecto catastrófico del curso de la historia. La historia es también el escenario de prácticas violentas e injustas que lesionan la dignidad y la libertad humanas. Es preciso identificar y conjurar estas prácticas. En contraste con quienes consideran que la clave de los eventos de la historia reside en los conflictos económicos (Marx), o políticos (Hegel), o en las solemnes gestas de los héroes (Carlyle), la actitud profética reconoce el sentido de la historia en la situación de las víctimas (los pobres, las viudas y huérfanos de la violencia, los refugiados, los discriminados). Mientras la mayoría de nosotros suele suponer que la historia debe leerse bajo el prisma de los intereses y las expectativas de los vencedores, los profetas de ayer y de hoy plantean interpretar la historia desde su reverso, desde las exigencias de justicia y reparación de las víctimas, los inocentes que sufren exclusión y violencia. Benjamin ilustra este principio a través de un  lúcido comentario sobre el cuadro de Paul Klee, Angelus Novus: el ángel de la historia – sostiene – vuela inexorablemente hacia el futuro, pero tiene la mirada fija en el pasado, pues contempla con horror las ruinas y los cuerpos que el curso del “progreso” deja a su paso. La atención abstracta a los conflictos estructurales y las presuntas gestas heroicas invisibiliza la condición de los débiles. Examinar la historia desde su reverso implica poner en primer lugar el derecho de los seres humanos más vulnerables a llevar una vida plena.

El mensaje profético llama la atención sobre las injusticias que se cometen en este mundo, pero no abandona la promesa de redención y equidad, no renuncia a la idea de que es posible construir otro mundo. Un mundo en el que el diálogo, y no el uso de la fuerza, constituya el eje para el esclarecimiento y la resolución de conflictos en la vida social. La profecía se alimenta de la esperanza de las personas de buena voluntad y se fortalece en el anhelo de justicia. En las últimas décadas, la cultura de los derechos humanos constituye el lenguaje valorativo que ha asumido la preocupación por el destino de las víctimas.  La profecía asume en el tiempo diferentes formas de expresión y compromiso práctico sin perder su motivación ética originaria.
 
“Si uno dice “yo amo a Dios”, y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 - Juan 4, 20).  El texto bíblico es bastante claro, y recoge un viejo motivo profético. El compromiso con Dios se re-vela en la capacidad de acoger al otro y asumir la defensa de su integridad si la situación así lo requiere. La visión profética invita a saber estar sabiamente en el mundo, no a salir de él. Quien se desentiende de la condición concreta del prójimo para ocuparse de la mera observancia formal del rito no ha comprendido el corazón mismo del mensaje espiritual judeocristiano. La piedad se torna falsa e insustancial. La indolencia – por ejemplo – frente a lo que sucede en Gaza o ante lo ocurrido en Ayacucho durante el conflicto armado interno, es incompatible con la suscripción  del espíritu de la profecía. Del mismo modo, quien rehúye la compañía y la escucha de los pequeños y vulnerables para solamente rodearse de los encumbrados y los poderosos no entiende lo que es la justicia. Sin sentido de injusticia social no es posible actuar conforme a las exigencias de la rectitud.


(Aparece en la columna de La República sobre cristianismo y crítica social)





[1] Doctor en filosofía por la U.P. de Comillas. Profesor de la PUCP y de la UARM..